Una noche, mientras Dalia dormía envuelta en las frescas sábanas de seda de su madre, su cabello creció y creció. Para cuando cantó el gallo, su cabello había “crecido hasta el cielo, alto y espeso como una palmera real cubana.” Su madre estaba asombrada y se preguntó qué haría su hija con su maravilloso cabello.
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