Cuando era niño, José M. Hernández, miraba todas las noches por la ventana y observaba las estrellas. Eran de diferentes colores: azul, amarillo y blanco. Algunas eran más grandes y brillantes que otras, y algunas titilaban como si estuvieran vivas. Más tarde, cuando vio al hombre aterrizar en la luna en la televisión, supo que quería ser astronauta.
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