Cierto ilustrador malhumorado (porque no le habían puesto sus cinco terrones de azúcar a su café) dibuja un oso triste. Era un oso que jamás en su peluda vida había probado la miel, jamás había visto un panal y nunca había escuchado el zumbido de una abeja. En un descuido, su hijo Joaquín se encarga de redibujarlo y hacer que el oso luzca mucho más contento.
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